jueves, 3 de enero de 2013

Una historia sin fin


Cuatro días a tu lado
Era 25 de diciembre, exactamente las 18 horas cuando llegué a tu casa. Tú estabas durmiendo y yo te desperté con un fuerte grito.
Apenas llegué me acosté contigo. Sentía nostalgia, por tus palabras, por tus miradas. Sentía que no podía dejarte ir.
Hablamos tanto. Nos miramos tanto. Sólo deseaba estar así, a tu lado, dejando que me perfumaras  el alma, llenando de amor las hojas de mi árbol primaveral. Y digo primaveral, porque tú me abres como una bella y cálida flor que está a punto de nacer, de florecer, de dejar que el sol le dé su luz. Tú, únicamente tú, coloreas mi árbol.
Te entregué un obsequio, fotos, cartas y demás, y desde ahí, nuestras ropas terminaron en el suelo. Pintaste mi rostro con colores alegres y felices, dibujaste mi sonrisa. Me hiciste el amor una y otra vez.
La música no pudo haber faltado durante aquellos días. Vivir contigo y con música es como volar por las montañas, sintiendo cómo el dulce viento acaricia nuestras mejillas rojizas quemadas por el mismo sol. Vivir contigo es vivir en paz,  es tener amor en casa, en la ducha, en la cama… en el somier tirado en el suelo.
Caminamos por las calles, tomados de la mano, abrazados, regocijados ante la magia de las estrellas. Yo te miraba y suspiraba. Realmente estaba feliz por tenerte conmigo, pero por  momentos sentía miedo, mi pecho latía fuerte y mis ojos se hundían en humedad. Sentía que caía sobre un algodón gigante, cubierto de tristeza, mojado por mis lágrimas y secado por tus besos. Tú me veías y me abrazabas; querías hacerme sonreír.
La última noche que pasé contigo, en esos cuatro días, te pedí que me hicieras el amor como nunca antes lo habías hecho. Me acariciaste fuerte y tus labios se encendieron por la tierna pasión. Mis piernas se enredaban con las tuyas y me tomabas con tanta locura. En la oscuridad, nuestros ojos brillaban y yo abría mis labios, gemía en tus oídos.
Esa misma noche brindamos y chocamos nuestros vasos, dejando que salieran unas dulces palabras de nuestro ser. Tus deseos tocaron mi pecho suavemente, como un soplido de alguna tarde perdida. Respiraste profundo, me besaste y yo sonreí.
Finalmente llegó el viernes. Estábamos frente al río, esperando. El sol se asomaba despacio y de a poquito nos pegaba fuerte en la frente, aunque hacía frío y yo temblaba. Necesitaba calor.
Ambos moríamos de sueño y sin embargo, aunque me caía del cansancio, dejé que te recostaras sobre mis piernas. Te acariciaba, observaba lo hermoso que eres. Contemplaba tu belleza pura e infinita.
Volvimos a casa y nos acostamos a dormir. Si bien yo estaba agonizada e igualmente tenía ganas de hacerte el amor por última vez, pero tuvimos que levantarnos, porque debíamos ir a lo de Nelly, tu simpática tía y desde allí volverías al viejo y querido Colón.

Nostalgia y amor en la Terminal
Apenas salimos, la tristeza comenzó a apoderarse de mi cuerpo, de mi alma y de mi mente; pero a la vez me sentía bien, porque tus palabras me ayudaron mucho. Llegamos a la parada del colectivo y yo ya tenía ganas de llorar, de largar todo lo que sentía, de decirte lo mucho que te quiero y te quise en estos meses. 
Cuando pusimos pie en la Terminal comenzó a nacer dentro de mí algo raro y extraño. Jamás me había sentido así. Una insólita melancolía se alojaba en el fondo de mi pecho.
Desde el momento que hiciste la fila para sacar el pasaje, mi estómago expresó algo misterioso. Sentía que miles de cosas pasaban por allí y por mi cabeza. ¿Será que estaba nerviosa? ¿Será que verdaderamente no quería dejarte ir?
Te acompañé hasta afuera. Cientos de personas corrían por su colectivo, otras sacaban sus pasajes y otras cien esperaban y/o despedían a alguien, quizás un familiar, quizás un amigo, o tal vez…un AMOR.
Te abracé fuerte y te dije lo mismo de siempre: que te cuidaras, que te acuerdes siempre de mí y que te voy a extrañar mucho. Me contestaste diciéndome que si yo estoy mal tú también lo estarás, que debemos ser fuertes y que siempre me acuerde de todo lo que vivimos y hablamos en este tiempo. Yo te tomaba las manos y te las apretaba. Te acariciaba, te miraba los hermosos y dulces ojos que tienes.
Ya era hora de que subieras. Seguí abrazándote, fuerte, fuerte. No podía soltarte, no quería ni podía dejarte ir. Te necesitaba. Precisaba que en todo momento me demostraras el amor que sientes por mí. Me dijiste que te soltara, que debías irte, que no querías llorar. Tus ojos estaban empapados de lágrimas cristalinas, sumisas y profundas. Yo estaba a punto de desahogarme, dejando que las pequeñas gotas se desparramaran por mi frágil rostro. Te solté y me fui, tapándome los ojos, secándolos. Me fijé la hora y eran precisamente las 15 horas y 16 minutos. En ese mismo momento me di vuelta, tú estabas mirándome. Te saludé, con una sonrisa un tanto quebradiza. Levantaste tu mano e hiciste un tierno gesto con tu boca. Yo no podía dejar de observar tu triste mirada.
Salí corriendo y rápidamente tomé mi colectivo. Sentía unas inmensas ganas de gritar, de llorar, de querer demostrarle al mundo que no podía dejarte ir, porque te amo, porque no había tenido las fuerzas para decírtelo en aquél momento. Me ahogaba en mis sentimientos. Dentro de mí, corrían recuerdos iluminados por tu bella sonrisa y tu mágica voz.
Me enviaste un mensaje diciéndome que me QUIERES MUCHÍSIMO, que NUNCA LO OLVIDE y que nos VEREMOS A LA VUELTA. Ya no sabía cómo hacer para no llorar. No sé si verdaderamente la gente me miraba o yo estaba imaginando, alucinando por el estado en el que estaba.
Llegué a mi casa y no me quedó más que recordar…

Intentando caer sobre el abismo de la soledad
Los días pasaban y yo intentaba caer en esta trágica soledad. Debía entender  que tenía que esperar casi seis meses para poder sentir nuevamente el calor de tus labios sobre los míos, tu aliento en mi pecho, tu respiración en mi oído.
Nuestra comunicación no se perdió en ningún momento, eso me hizo realmente muy bien. Seguíamos hablando, hasta algunas veces me llamabas. No caben dudas que las eternas ganas de tenerte conmigo no estaban presentes. Aunque siguiéramos hablando la tristeza habitaba en mí.
Una tarde de esas en la que sólo quieres abrazar y tener el consuelo de alguien, me sentí mal, demasiado mal. Fue en ese momento que me di cuenta que estaba sola, no tenía a nadie que me acompañara en ese sentimiento, excepto tú, pero estabas lejos. Necesitaba perderme en tu mirada dulce y perfecta. Necesitaba ser secuestrada por tus besos. Deseaba tanto tenerte sobre mí, dentro de mí…en el fondo de mi alma, tocando mi corazón, que late cada vez más cuando pienso en ti.
Tú me hablabas, intentabas robarme sonrisas. Y lograste hacerme poner bien. Mi rostro cambió cuando leí las palabras que me habías escrito.
Todo estaba calmo. Había paz en mi ser, pero sin embargo…seguía extrañándote.

El mejor comienzo de año
Mientras todos brindaban por algo “especial” para cada uno de ellos, yo brindaba por nuestro amor. Pensaba en ti mientras estallaban en el cielo los hermosos y coloridos fuegos artificiales.
La luna estaba casi redonda y brillaba como tus ojos lo hacían aquella tarde en la Terminal. Anhelaba una noche más junto a ti. Realmente quería que estuvieras allí, abrazándome, recibiendo el año juntos, con un beso fuerte, lleno de terneza.
Nos escribíamos mensajes. Me deseaste un buen comienzo de año, me dijiste unos cuantos halagos, muy dulces, como siempre. Pero aquella noche, aquel  1 de enero de 2013, me dijiste algo que sentís. Algo muy fuerte y que yo también lo siento hace tiempo. Me dijiste que ME AMAS.
No creo que puedas llegar a imaginarte la sonrisa que me robaste cuando leí aquel mensaje. No te imaginas lo feliz que me sentí por un instante. Porque yo también TE AMO.
 Y el amor… el amor que siento por ti es más que único e inmenso. Es dulce como la miel de las abejas. Está cubierto de besos y abrazos, también de mimos y caricias. Es cariñoso, ansioso y loco.
El amor que siento por ti quiere unirse a tu amor y correr por la naturaleza libremente, sin que nada ni nadie los separe. Grita sin dormir porque es verdadero y salvaje.
El amor que siento por ti es casi inhumano. No sé si alguien pudiera llegar a sentir lo que siento yo.
Durante la tarde me escribiste. Justo ese día había despertado con unas enormes ganas de besarte. Me preguntaste si tenía ganas de dar mucho amor, te respondí que sí. Era seguro, yo quería verte, soñaba con poder saludarte.
 Y así me sorprendiste, viniste a Rosario, a verme, a hacerme el amor por última vez…en enero. Teníamos que esperar demasiado como para no saludarnos. Había comenzado un nuevo año, necesitaba, al menos, decirte que este año también lo quiero pasar junto a ti.
Cuando te vi no hice más que sonreír y abrazarte fuerte. Me habías devuelto los colores que me hacen feliz. Las ramas y las hojas de mi árbol deseaban jugar con las tuyas. Pensarte entre olores verdes fue hermoso; acariciarte aún más.
Hicimos el amor una y otra vez. Sentía tu amor en lo profundo de mi ser. Cada orgasmo describía la felicidad que tocaba mi piel, cada vez que me rodeabas con tu aroma a enamorado yo enloquecía tiernamente.  Me curabas cada herida de mi pecho con cada beso que me entregabas sin temor alguno.
Me buscabas, revolvías las sábanas, me despeinabas y llegabas a encontrarme. Sentía cómo mi corazón se quemaba al no poder gritarle al mundo que TE AMO. Me rozabas y me protegías de aquella noche fría de verano. Cada latido de tu pecho era veloz, como cada beso tuyo que recorría mi cuerpo. Yo te encandilaba con mis sonrisas cada vez que me ponía sobre ti.
Música, amor y locura. Sentimientos profundos y verdaderos. Todo eso nos unía aquel anochecer.
Cuando el sol cayó por completo sobre nuestros pies, nos recostamos uno al lado del otro, nos acariciamos y nos besamos. Intentábamos dormir entre el aroma de la mejor flor. Yo sentía que todo aquello era un sueño y que soñaba estando despierta. El sueño logró cerrar nuestros ojos y dormimos abrazados. Cuando despertamos, nos preparamos y nos fuimos.
Durante la despedida nos dijimos que nos queremos, nos besamos y abrazamos fuerte, fuerte. Me dijiste “TE RE AMO” y eso…eso quedó y quedará grabado en mi mente para siempre.


Te amo, mi amor. Regálame de esa rica miel que en tus manos cabe.
Eres el sueño más soñado y eres mío, porque yo te sueño, te anhelo. Me haces muy feliz! Completaste mi ser desde el primer momento en que te vi. Gracias por formar parte de mi vida.