Cuatro
días a tu lado
Era 25 de
diciembre, exactamente las 18 horas cuando llegué a tu casa. Tú estabas
durmiendo y yo te desperté con un fuerte grito.
Apenas
llegué me acosté contigo. Sentía nostalgia, por tus palabras, por tus miradas.
Sentía que no podía dejarte ir.
Hablamos
tanto. Nos miramos tanto. Sólo deseaba estar así, a tu lado, dejando que me
perfumaras el alma, llenando de amor las
hojas de mi árbol primaveral. Y digo primaveral, porque tú me abres como una
bella y cálida flor que está a punto de nacer, de florecer, de dejar que el sol
le dé su luz. Tú, únicamente tú, coloreas mi árbol.
Te
entregué un obsequio, fotos, cartas y demás, y desde ahí, nuestras ropas
terminaron en el suelo. Pintaste mi rostro con colores alegres y felices,
dibujaste mi sonrisa. Me hiciste el amor una y otra vez.
La música
no pudo haber faltado durante aquellos días. Vivir contigo y con música es como
volar por las montañas, sintiendo cómo el dulce viento acaricia nuestras
mejillas rojizas quemadas por el mismo sol. Vivir contigo es vivir en paz, es tener amor en casa, en la ducha, en la
cama… en el somier tirado en el suelo.
Caminamos
por las calles, tomados de la mano, abrazados, regocijados ante la magia de las
estrellas. Yo te miraba y suspiraba. Realmente estaba feliz por tenerte
conmigo, pero por momentos sentía miedo,
mi pecho latía fuerte y mis ojos se hundían en humedad. Sentía que caía sobre
un algodón gigante, cubierto de tristeza, mojado por mis lágrimas y secado por
tus besos. Tú me veías y me abrazabas; querías hacerme sonreír.
La última
noche que pasé contigo, en esos cuatro días, te pedí que me hicieras el amor
como nunca antes lo habías hecho. Me acariciaste fuerte y tus labios se
encendieron por la tierna pasión. Mis piernas se enredaban con las tuyas y me
tomabas con tanta locura. En la oscuridad, nuestros ojos brillaban y yo abría
mis labios, gemía en tus oídos.
Esa misma
noche brindamos y chocamos nuestros vasos, dejando que salieran unas dulces
palabras de nuestro ser. Tus deseos tocaron mi pecho suavemente, como un
soplido de alguna tarde perdida. Respiraste profundo, me besaste y yo sonreí.
Finalmente
llegó el viernes. Estábamos frente al río, esperando. El sol se asomaba
despacio y de a poquito nos pegaba fuerte en la frente, aunque hacía frío y yo
temblaba. Necesitaba calor.
Ambos
moríamos de sueño y sin embargo, aunque me caía del cansancio, dejé que te
recostaras sobre mis piernas. Te acariciaba, observaba lo hermoso que eres.
Contemplaba tu belleza pura e infinita.
Volvimos a
casa y nos acostamos a dormir. Si bien yo estaba agonizada e igualmente tenía
ganas de hacerte el amor por última vez, pero tuvimos que levantarnos, porque
debíamos ir a lo de Nelly, tu simpática tía y desde allí volverías al viejo y
querido Colón.
Nostalgia
y amor en la Terminal
Apenas
salimos, la tristeza comenzó a apoderarse de mi cuerpo, de mi alma y de mi
mente; pero a la vez me sentía bien, porque tus palabras me ayudaron mucho. Llegamos
a la parada del colectivo y yo ya tenía ganas de llorar, de largar todo lo que
sentía, de decirte lo mucho que te quiero y te quise en estos meses.
Cuando
pusimos pie en la Terminal comenzó a nacer dentro de mí algo raro y extraño.
Jamás me había sentido así. Una insólita melancolía se alojaba en el fondo de
mi pecho.
Desde el
momento que hiciste la fila para sacar el pasaje, mi estómago expresó algo
misterioso. Sentía que miles de cosas pasaban por allí y por mi cabeza. ¿Será
que estaba nerviosa? ¿Será que verdaderamente no quería dejarte ir?
Te
acompañé hasta afuera. Cientos de personas corrían por su colectivo, otras
sacaban sus pasajes y otras cien esperaban y/o despedían a alguien, quizás un
familiar, quizás un amigo, o tal vez…un AMOR.
Te abracé
fuerte y te dije lo mismo de siempre: que te cuidaras, que te acuerdes siempre
de mí y que te voy a extrañar mucho. Me contestaste diciéndome que si yo estoy
mal tú también lo estarás, que debemos ser fuertes y que siempre me acuerde de
todo lo que vivimos y hablamos en este tiempo. Yo te tomaba las manos y te las
apretaba. Te acariciaba, te miraba los hermosos y dulces ojos que tienes.
Ya era
hora de que subieras. Seguí abrazándote, fuerte, fuerte. No podía soltarte, no
quería ni podía dejarte ir. Te necesitaba. Precisaba que en todo momento me
demostraras el amor que sientes por mí. Me dijiste que te soltara, que debías
irte, que no querías llorar. Tus ojos estaban empapados de lágrimas
cristalinas, sumisas y profundas. Yo estaba a punto de desahogarme, dejando que
las pequeñas gotas se desparramaran por mi frágil rostro. Te solté y me fui,
tapándome los ojos, secándolos. Me fijé la hora y eran precisamente las 15
horas y 16 minutos. En ese mismo momento me di vuelta, tú estabas mirándome. Te
saludé, con una sonrisa un tanto quebradiza. Levantaste tu mano e hiciste un
tierno gesto con tu boca. Yo no podía dejar de observar tu triste mirada.
Salí
corriendo y rápidamente tomé mi colectivo. Sentía unas inmensas ganas de
gritar, de llorar, de querer demostrarle al mundo que no podía dejarte ir,
porque te amo, porque no había tenido las fuerzas para decírtelo en aquél
momento. Me ahogaba en mis sentimientos. Dentro de mí, corrían recuerdos
iluminados por tu bella sonrisa y tu mágica voz.
Me
enviaste un mensaje diciéndome que me QUIERES MUCHÍSIMO, que NUNCA LO OLVIDE y
que nos VEREMOS A LA VUELTA. Ya no sabía cómo hacer para no llorar. No sé si
verdaderamente la gente me miraba o yo estaba imaginando, alucinando por el
estado en el que estaba.
Llegué a
mi casa y no me quedó más que recordar…
Intentando
caer sobre el abismo de la soledad
Los días
pasaban y yo intentaba caer en esta trágica soledad. Debía entender que tenía que esperar casi seis meses para
poder sentir nuevamente el calor de tus labios sobre los míos, tu aliento en mi
pecho, tu respiración en mi oído.
Nuestra
comunicación no se perdió en ningún momento, eso me hizo realmente muy bien.
Seguíamos hablando, hasta algunas veces me llamabas. No caben dudas que las
eternas ganas de tenerte conmigo no estaban presentes. Aunque siguiéramos
hablando la tristeza habitaba en mí.
Una tarde
de esas en la que sólo quieres abrazar y tener el consuelo de alguien, me sentí
mal, demasiado mal. Fue en ese momento que me di cuenta que estaba sola, no
tenía a nadie que me acompañara en ese sentimiento, excepto tú, pero estabas
lejos. Necesitaba perderme en tu mirada dulce y perfecta. Necesitaba ser
secuestrada por tus besos. Deseaba tanto tenerte sobre mí, dentro de mí…en el
fondo de mi alma, tocando mi corazón, que late cada vez más cuando pienso en
ti.
Tú me
hablabas, intentabas robarme sonrisas. Y lograste hacerme poner bien. Mi rostro
cambió cuando leí las palabras que me habías escrito.
Todo
estaba calmo. Había paz en mi ser, pero sin embargo…seguía extrañándote.
El mejor
comienzo de año
Mientras
todos brindaban por algo “especial” para cada uno de ellos, yo brindaba por
nuestro amor. Pensaba en ti mientras estallaban en el cielo los hermosos y
coloridos fuegos artificiales.
La luna
estaba casi redonda y brillaba como tus ojos lo hacían aquella tarde en la
Terminal. Anhelaba una noche más junto a ti. Realmente quería que estuvieras
allí, abrazándome, recibiendo el año juntos, con un beso fuerte, lleno de
terneza.
Nos
escribíamos mensajes. Me deseaste un buen comienzo de año, me dijiste unos
cuantos halagos, muy dulces, como siempre. Pero aquella noche, aquel 1 de enero de 2013, me dijiste algo que
sentís. Algo muy fuerte y que yo también lo siento hace tiempo. Me dijiste que
ME AMAS.
No creo
que puedas llegar a imaginarte la sonrisa que me robaste cuando leí aquel
mensaje. No te imaginas lo feliz que me sentí por un instante. Porque yo
también TE AMO.
Y el amor… el amor que siento por ti es más
que único e inmenso. Es dulce como la miel de las abejas. Está cubierto de
besos y abrazos, también de mimos y caricias. Es cariñoso, ansioso y loco.
El amor
que siento por ti quiere unirse a tu amor y correr por la naturaleza
libremente, sin que nada ni nadie los separe. Grita sin dormir porque es
verdadero y salvaje.
El amor
que siento por ti es casi inhumano. No sé si alguien pudiera llegar a sentir lo
que siento yo.
Durante la
tarde me escribiste. Justo ese día había despertado con unas enormes ganas de
besarte. Me preguntaste si tenía ganas de dar mucho amor, te respondí que sí.
Era seguro, yo quería verte, soñaba con poder saludarte.
Y así me sorprendiste, viniste a Rosario, a
verme, a hacerme el amor por última vez…en enero. Teníamos que esperar
demasiado como para no saludarnos. Había comenzado un nuevo año, necesitaba, al
menos, decirte que este año también lo quiero pasar junto a ti.
Cuando te
vi no hice más que sonreír y abrazarte fuerte. Me habías devuelto los colores
que me hacen feliz. Las ramas y las hojas de mi árbol deseaban jugar con las
tuyas. Pensarte entre olores verdes fue hermoso; acariciarte aún más.
Hicimos el
amor una y otra vez. Sentía tu amor en lo profundo de mi ser. Cada orgasmo
describía la felicidad que tocaba mi piel, cada vez que me rodeabas con tu
aroma a enamorado yo enloquecía tiernamente.
Me curabas cada herida de mi pecho con cada beso que me entregabas sin
temor alguno.
Me
buscabas, revolvías las sábanas, me despeinabas y llegabas a encontrarme.
Sentía cómo mi corazón se quemaba al no poder gritarle al mundo que TE AMO. Me
rozabas y me protegías de aquella noche fría de verano. Cada latido de tu pecho
era veloz, como cada beso tuyo que recorría mi cuerpo. Yo te encandilaba con
mis sonrisas cada vez que me ponía sobre ti.
Música,
amor y locura. Sentimientos profundos y verdaderos. Todo eso nos unía aquel
anochecer.
Cuando el
sol cayó por completo sobre nuestros pies, nos recostamos uno al lado del otro,
nos acariciamos y nos besamos. Intentábamos dormir entre el aroma de la mejor
flor. Yo sentía que todo aquello era un sueño y que soñaba estando despierta.
El sueño logró cerrar nuestros ojos y dormimos abrazados. Cuando despertamos,
nos preparamos y nos fuimos.
Durante la
despedida nos dijimos que nos queremos, nos besamos y abrazamos fuerte, fuerte.
Me dijiste “TE RE AMO” y eso…eso quedó y quedará grabado en mi mente para
siempre.
Te amo, mi
amor. Regálame de esa rica miel que en tus manos cabe.
Eres el sueño más soñado y eres mío, porque yo te
sueño, te anhelo. Me haces muy feliz! Completaste mi ser desde el primer
momento en que te vi. Gracias por formar parte de mi vida.